Mi mayor alegría, la felicidad de mis alumnos


 

creatividad

Hace unas semanas atrás, al finalizar un taller junto a geniales profesores aula, uno de ellos me pregunto ¿cuál es el fin de reinventarse cada día y tratar de ser mejores docentes?

La respuesta brotó natural, la felicidad de nuestros alumnos.

¿Qué mejor meta de alma, que ser feliz? Agradecido con lo que la vida brinda, preocupado de los demás y ocupado en aportar, de sumar a la comunidad.

Normalmente creemos que el mejor profesor es aquel que sabe más conocimientos, casi una biblioteca ambulante o el más rígido y de gran disciplina, de tal manera que en su clase no vuela una mosca, el que logra el mayor porcentaje de alumnos ingrese a la Universidad o el más competitivo, ganador en todas sus metas y destacado por todos.

Sin embargo si hiciéramos una breve encuesta en el mundo adulto y les preguntáramos ¿qué profesor marcó tú vida positivamente?

La sonrisa y las lágrimas de emoción nos conectarían con otras cualidades docentes, la capacidad de escuchar, la paciencia, la tolerancia, la fuerza para crear y dar mil y una oportunidades, la gentileza de alma, la empatía para siempre comprender incluso a aquellos que ya el sistema educativo no acepta y busca excluir.

Nos acordamos del abrazo, de la mano que nos ayudó a levantarnos cuando caímos, de la risa contagiosa que nos hacia creer en los imposibles.

La felicidad como fin último de la Educación pareciera una meta etérea, difícil de lograr en un mundo competitivo y agresivo.

Pero es existencial en un mundo hiperconectado, donde el desarrollo de las “Habilidades para la vida” son fundamentales para poder vivir y convivir en comunidad.

¿Por qué no crear espacios educativos donde bulla la alegría y la participación? ¿Por qué no dejar de lado la competencia e ingresar al terreno mágico de la colaboratividad?

Es tan simple como generar espacios, pequeños, en un comienzo pero de profundo impacto en el aprendizaje de nuestros alumnos.

Personalmente, ocupo el espacio digital para crear una conexión emocional permanente, que me permita reconocer lo que hace únicos e irrepetibles a mis alumnos. Identificar lo que le ilusiona y motiva día a día, luego apoyarlos en potenciar sus habilidades personales y conectarlo con otras personas que lideren o estén en el mismos espacio que ellos desean participar.

Imposible no recordar la emoción de un querido alumno de Cuarto Medio, al escuchar la charla de Carlos Zarate y sumarse a la necesidad de crear paz en nuestro entorno inmediato. Verlo actualmente liderar campañas solidarias es no sólo motivo de orgullo es la fuerza para seguir trabajando.

De potenciar lo que los hace únicos, pasar a validar su voz y darles el espacio para ser co creadores de su aprendizaje, siendo maestros y aprendices a la vez, escuchando las necesidades de la comunidad y aportando con soluciones practicas.

Generando sinergia positiva, que siempre suma, ver el lado positivo de las cosas, reír y sonreír disfrutando de la simpleza de la vida.

Pareciera quimera vivir en un mundo feliz, más cuando nuestro sistema educativo esta estresado de eternas y aburridas mallas curriculates, “burrocracia” y eternos papeles, pruebas estandarizadas que hacen perder momentáneamente la alegría del viaje de aprender, léase Simce o PSU.

Pero y a pesar de lo anterior se puede crear islas de felicidad y bondad, de alegría y compañerismo, de ilusiones y sueños colectivos.

Ahí radica lo que nos hace maestros, la capacidad de dotar de alas a nuestros niños y jóvenes, para que vuelen tan altos como sus sueños.

Seres íntegros, colaborativos, generosos y solidarios, felices y en continuo crecimiento, respetuosos del otro, especialmente de aquel que piensa distinto, noble en el triunfo y en el fracso, capaz de levantarse una y otra vez, sabiendo que lo importante es dejar huella.

Simplemente, ser feliz

 

 

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